Simulación – Ingeniería. Diseño – Arquitectura. Simbiosis Innovadoras
En el ámbito del software de simulación, los nuevos métodos de cálculo pueden ayudar a modelar y hacer predicciones sobre...
Leer más31-01-2018 | Publicado por Joaquín Martí
El año que viene Principia cumplirá 40 años. Se dice rápido, pero recorrerlos lleva su tiempo. La empresa, que fundamos en Londres en 1979, pervive en Madrid desde 1984, siempre dedicada a la consultoría en ingeniería y mecánica computacional.
En esas casi cuatro décadas llevamos redactadas más de 1400 ofertas, realizados unos 700 proyectos y estudios de todo tipo y contribuidos más de 200 artículos y ponencias a la literatura técnica. Desde la atalaya de esta experiencia de consultoría, permitidme comentar brevemente algunas anécdotas más o menos curiosas.
Algunos de nuestros estudios han versado sobre temas de amplia difusión pública. Un ejemplo es la investigación de la caída de una grúa de 200 m sobre el techo de la Gran Mezquita de La Meca en 2015, causando más de 100 muertos y 400 heridos. O nuestras investigaciones para Repsol sobre el hundimiento y recuperación del petrolero Prestige, que naufragó en 2002 frente a las costas de Galicia. O nuestro trabajo para Boliden en relación con el fallo en 1998 de la presa de estériles de Aznalcóllar, que con el anterior constituye uno de los eventos de contaminación más serios de nuestra historia reciente.
Este último caso, de gran repercusión mediática, nos hizo experimentar también alguna incomodidad relacionada con su exposición pública. En una rueda de prensa en Aznalcóllar el Director de Principia y el Presidente de Boliden se reunieron con medio centenar de periodistas y cadenas de televisión, nacionales y extranjeras. Además de responder a las preguntas, Principia distribuyó media página con sus cualificaciones y otra media con su explicación de lo ocurrido. Pues bien, al día siguiente un periódico nacional decía que Principia culpaba del accidente a la empresa contratada para hacer ensayos de campo… ¡después del accidente! Cosas veredes, amigo Sancho.
La mayor parte de nuestro trabajo ocurre lejos del público, sólo bajo la lupa del cliente, que es quien tiene un problema y paga por resolverlo.
A veces lo hace para asegurar el comportamiento futuro, como en los 70 tanques de gas natural licuado en que hemos participado por todo el mundo. Otras veces quiere saber qué falló en el pasado, como en los miles de aerogeneradores con diseños defectuosos que jalonan nuestra geografía, generando problemas periódicamente; o en las muchas presas con medio siglo de antigüedad cuyo hormigón experimenta lentas reacciones químicas que producen su hinchamiento progresivo.
Hay estudios casi secretos, como cuando analizamos la vulnerabilidad frente a ataques terroristas de algunos edificios especiales, infraestructuras de transporte o sedes corporativas. Nadie tiene interés en que los terroristas sepan cuánto explosivo poner y dónde para producir un daño determinado. Y hablando de discreción, casi preferiríamos no confesar la evaluación que en su momento nos pidió un fabricante de juguetes eróticos acerca de la durabilidad de su artefacto en relación con la problemática de abrasión y fatiga…
Algunos otros temas requieren tanta discreción como el terrorismo. De vez en cuando hacemos estudios para una de las partes involucradas en litigios cuya resolución entraña cientos de millones.
En cualquier caso, un consultor serio jamás difunde información sin la autorización expresa de su cliente. Y para qué engañarnos, la mayor parte de las cosas que estudiamos sólo interesan a nuestro cliente y, posiblemente, a su competencia directa.
Pero la consultoría en ingeniería es una actividad fascinante. Como los objetivos los marcan los clientes, cada proyecto es un reto nuevo, a menudo inesperado, al que nos enfrentamos con nuestros conocimientos, herramientas y experiencia. Nuestro único objetivo es lograr la plena satisfacción del cliente, que vino confiado y que, si triunfamos, hablará bien de nosotros y volverá a consultarnos cuando le surja otro problema. Además de la satisfacción que lógicamente sentimos todos cuando salimos airosos de un reto.
Los próximos 40 años serán aún mejores.