06-05-2021 | Publicado por Joaquín Martí
Para un ingeniero consultor, los clientes son esenciales. Por mucho conocimiento y competencia que tuviéramos, dejaríamos de existir sin un flujo continuo de clientes. No es por tanto de extrañar que prestemos atención a sus necesidades y nos esforcemos en satisfacerlas. Un problema puede ser muy interesante, pero normalmente es imposible dedicarle el esfuerzo que su resolución requiere a no ser que un cliente lo experimente, plantee los objetivos y aporte los recursos.
Pero no todos los encargos son iguales. Quiero referirme aquí a un tipo específico de encargos problemáticos, de los que afortunadamente sólo puedo recordar tres en casi medio siglo. Los tres tenían varias características comunes: la idea del proyecto emanaba de un individuo visionario, que tenía un buen amigo en una organización cliente. El amigo era demasiado senior para entrar en los detalles técnicos y también demasiado senior como para no atenderle. Y, aquí el punto clave, la idea propugnada por el visionario entraba en conflicto con las leyes de la termodinámica.
El resto de los detalles varía. Las organizaciones involucradas eran distintas, como también lo eran los países de los que procedían las consultas. Pero los tres visionarios afirmaban tener un sistema para extraer más energía que la que se contribuía; en un caso la energía se utilizaba para evaporar agua, en los otros dos para generar electricidad. Y el consultor quedaba encargado de evaluar la idea, en la tácita expectativa de que acabaría por sustentar su viabilidad.
A veces se presentan problemas similares en relación con manuscritos cuyo autor quisiera ver publicados, generalmente como un hallazgo revolucionario, pero que incluyen afirmaciones de similar naturaleza. En mi experiencia, ha habido dos que llegaron hasta nosotros y hubo que procesar.
El verdadero problema en cualquiera de esas situaciones no es tanto recordar las leyes de la termodinámica y sus implicaciones, sino comunicar nuestras observaciones con la contundencia necesaria, pero sin herir sensibilidades. En esencia, el consultor se enfrenta a un problema político complejo, generalmente mucho más difícil de resolver que el problema técnico que lo originó.
Esto puede sonar como un panegírico del consultor y, hasta cierto punto, lo es. Por supuesto que el consultor debe contar con todos los conocimientos necesarios y dedicar sus mejores esfuerzos a resolver los problemas del cliente. Pero eso no basta, hay otras capacidades que también se le suponen. Y puede ser que no reluzcan, pero son de oro.